Autor: Ángel Gómez de Ágreda – Gentileza de Revista Aeronáutica y Astronáutica del Ejército del Aire de España
Cada Año Nuevo se me viene a la memoria aquel de la transición al 2000 (no voy a entrar en la polémica de si marcaba el cambio de milenio). Aquella Nochevieja, muchos técnicos estuvieron atentos al famoso Y2K (Year 2 thousand, o, en román paladino, año 2000). Ese día, Google no tenía todavía 15 meses de existencia. Altavista y Netscape eran los buscadores dominantes, con una historia de cinco años a sus espaldas, un poco menos que Yahoo!. En español, Olé (Ordenamientos de Links Especializados) celebraba su cuarto cumpleaños.
En el año 2000 todavía no vivíamos en la Internet. A Mark Zuckerberg le quedaban más de tres años para ingresar en Harvard y más de cuatro para lanzar Facebook. Twitter no estaba todavía ni en la imaginación de Jack Dorsey -que recientemente ha dejado su dirección ejecutiva- y seguía a más de seis años de su aparición. Amazon todavía estaba en pérdidas después de cuatro años de vender, sobre todo, libros. En China, Baidu acababa de nacer unos días antes, pocos meses después de QQ, de Tencent, la que acabaría creando WeChat, el equivalente chino de WhatsApp (al que, por cierto, todavía le quedaba casi una década para empezar a existir).[1]
De hecho, la mayor parte de los youtubers estaban dando sus primeros pasos en el mundo físico -o les estaban dando los primeros azotes-, y la misma plataforma, YouTube, no se lanzaría hasta cinco años más tarde.
Eso de los “nativos digitales” no deja de ser un término vago cuando, en realidad, no es fácil definir cuándo nace el ecosistema digital. Me gusta mucho más la expresión de @_Angelucho_ cuando habla de “huérfanos digitales” para referirse a esa generación que se ha encontrado con una Internet construida por sus padres o sus hermanos mayores, y que ha tenido que zambullirse en ella sin más manual de instrucciones que los tutoriales que ellos mismos iban subiendo.
Hermanos mayores -que no Grandes Hermanos- que también fueron autodidactas. Como cuando Bernardo Quintero empezó a investigar los virus informáticos después de sufrir el ataque de uno y terminó fundando VirusTotal, que luego compró Google (o Alphabet) y que está en la base del centro de ciberseguridad que el gigante californiano está construyendo en el antiguo Gobierno Militar de Málaga. O como cuando nuestro coronel del Ejército del Aire, ahora en la reserva, Fernando Acero, predicaba las bondades de Linux en el desierto analógico.
Sirvan estas líneas para homenajear también a los padres y a los abuelos de esos huérfanos digitales, para los que cambiar la cinta de la máquina de escribir Olivetti suponía ya un desafío y que han acabado liderando en algunos casos la transformación digital de nuestra sociedad.

Sólo 22 años después -y 20 años no es nada-, 193 países han adoptado, en una reunión de la UNESCO, la agencia de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, un acuerdo global sobre los principios éticos que deben regir el uso de la inteligencia artificial.[2] En él se reconoce que lo digital necesita estar centrado en los seres humanos y no en la tecnología que subyace; que la inteligencia artificial tiene un enorme potencial para beneficiar a la humanidad, pero también supone una serie de riesgos añadidos para los humanos; y que los datos son la base para esos beneficios y esos perjuicios. Porque en 2022 no vivimos en la Internet, pero tampoco vivimos sin ella. Habitamos un entorno híbrido en el que la realidad está enriquecida con la información -y los sentimientos-que se generan online. En ese mundo, el ADN de nuestros yo digitales son los datos que sensores de todo tipo almacenan y gestionan desde las pesadas nubes de servidores mediante algoritmos más complejos de lo que podemos entender.
Sin salir de Málaga, la escultura de Blanca Muñoz en la Plaza del siglo nos da la clave del mundo en que vivimos. Se titula “Panta Rei”, todo fluye, la frase del filósofo Heráclito que refleja cómo la esencia de la existencia -más en este ámbito digital que él no llegó nunca a imaginar- es el cambio permanente. No sólo hemos llegado hasta aquí a un ritmo crecientemente acelerado, sino que vamos a seguir incrementando la velocidad cada vez más rápido también en el futuro. No hay descansillos en la escalera de caracol de la historia del siglo XXI.

De eso se encargan las tecnologías cuánticas, de las que también tenemos notables exponentes en España. Pronto empezaremos a desvincular los cubitos de los cubatas para asociarlos a los ordenadores cuánticos (que, por cierto, también necesitan temperaturas muy bajas).
A nivel de seguridad nacional, eso ya es una realidad. Por eso, Estados Unidos ha elaborado una lista negra de 27 empresas extranjeras -una docena de ellas chinas- cuyo dominio de las tecnologías de la encriptación o las comunicaciones cuánticas pudieran poner en riesgo la confidencialidad de los mensajes o la información crítica propia.
Y también por ello crece la preocupación por la acumulación de datos por parte de potencias extranjeras. Igual que los recursos petrolíferos o gasísticos que no eran accesibles hace apenas unos años están siendo explotados ahora con técnicas no convencionales, también estos recursos en forma de datos serán susceptibles de explotarse pronto con las nuevas generaciones de ordenadores.
[1] Elaborar este artículo habría sido mucho más difícil en el año 2000, ya que a Wikipedia le faltaba todavía algo más de un año para existir.
[2] https://es.unesco.org/artificial-intelligence/ethics
Ángel Gómez de Ágreda – Analista Geopolítico – Coronel del Ejército del Aire de España – Doctor en Ingeniería de Organización (UPM) – Autor de «Mundo Orwell – Manual de Supervivencia para un Mundo Conectado«
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El presente artículo se publica con la debida autorización de su autor. Es una republicación del artículo original publicado el 01/02/2022 en páginas 139/140 de la Revista Aeronáutica y Astronáutica Nº 909 del Ejército del Aire de España que puede encontrarse en este enlace: https://publicaciones.defensa.gob.es/revista-de-aeronautica-y-astronautica-909-revistas-pdf.html